jueves, 9 de enero de 2014

Tiempo de juegos

  “…el horror de mi infancia fue que yo sabía que se
 acercaba el tiempo en que debería renunciar a mis juegos, 
y eso me parecía intolerable.  
Por eso resolví seguir jugando en secreto…”
(James Mathew Barrie)


Con el advenimiento de las fechas que el algún momento hemos designado como "festivas", en particular con la Navidad y todo lo que ésto implica, aparecen en el pensamiento una serie de imágenes que -quizás por desdicha- nos advierten del paso del tiempo. Nos paseamos por las mañanas previas al gran festejo frente al icónico arbolito que pregona sus colores brillantes y metálicos entre un centenar de pequeñas luces danzantes y allí nos imaginamos cuando niños, sentados por horas esperando ansiosos el momento de abrir regalos o alguna cosa por el estilo. Casi es posible escuchar esos murmullos de especulación allí debajo, cuando aún no era posible alcanzar con la mano la estrella que coronaba. 
Sin embargo los recuerdos se arremolinan y desaparecen cuando un amable y peculiar sonido me advierte que el mate que estoy tomando se ha quedado sin agua. Y allí me veo hoy, sosteniendo un termo con una mano y un mate con la otra...mirando el árbol desde arriba, reconociendo algunos adornitos viejos y otros en absoluto desconocidos, sabiendo (o creyendo saber) que ningún panzón barbudo caerá por una chimenea la madrugada del 25. Más aun, aceptando que no hay ninguna chimenea en la casa. 
Pienso en el vértigo que provoca el cambio. En las nuevas preguntas que se le ocurren a este nuevo yo que mira ese árbol y se recuerda de niño. Ya no me pregunto por sujetos obesos que aparecen con bolsas cargadas de paquetes maravillosos, sino por sujetos mas bien delgados que miran frondosas vidrieras plagadas de juguetes a la vez que el vapor de sus alientos nubla ese inalcanzable paraíso y con ello, sus anhelos. Pienso en los deseos que han sido negados, como en lo vagos e insulsos que son algunos deseos (a lo mejor su negación es una suerte).
Pero vamos, ¡estamos celebrando! No es hora de pensar en ésto, ni en nada. Simplemente festejar. Salgo entonces al patio de mi casa, esperando ver llegar sin aviso a mis fieles compañeros de aventuras. A Felipe y su temible propensión a la piratería, a Gonzalo siempre listo con su camiseta de Boca para salir a jugar la copa del mundo en la vereda, al comité de hechiceros y la eterna búsqueda de la pócima mágica para "vayaunoasaberqué", cuyos ingredientes se cocinaban en un cantero del fondo.
Pasan unos minutos y el frío se hace notar, los muchachos no aparecen. Así que doy unos pasos hacia adentro, pienso que es mejor esperarlos en la ventana. Cuando casi sin darme cuenta veo de refilón una biblioteca abarrotada y de nuevo se agota la cera en el candelabro de mis pensamientos. Pero ésta vez es diferente.
 Es cierto que ya no hay aventuras en barcos a vela ni tribunas enardecidas. También es cierto que se han bajado del barco algunos amotinados compañeros, como así el hecho de que ahora existe el tiempo y las horas de quemar rodillas en el pasto se transformaron en extensas jornadas yendo y viniendo por los pasillos de la universidad. Sin embargo me acompañan (algunos desde aquel entonces) los compinches de esta nueva travesía que hemos resuelto encarar.
Ya no pedimos permiso a los grandes, ni nos batimos a duelo con espadas de palo, pero persiste en nuestras mentes la inquietud y la curiosidad que abruma hasta el cosquilleo. Ahora nuestro barco navega a través de libros, personajes de largas barbas y tabaco en pipa. Buscamos nuevas armas porque nuestro adversario se ha vuelto mas temible y peligroso y nos adiestramos en la alquimia de la escritura, para disfrazar con palabras ostentosas esas ganas tremendas de mandar a la mierda a los del equipo contrario, a los que hacen daño.
Es así que entre medio de estas olas enmarañadas nos hemos dispuesto a surcar un camino en el que entre lecciones, bromas, reuniones y disfraces nos reímos a veces de la seriedad, a veces de nosotros mismos, a veces de la injusticia. Y en esa gracia nos jugamos la vida, nos jugamos la copa del mundo en cada patada contra la pared. Porque sin quererlo y sin pensarlo hemos resuelto continuar nuestra aventura, merced a "los grandes" que todavía nos observan burlones, y todavía creen que no escuchamos cuando dicen: -"qué ilusos".